lunes, 28 de julio de 2008

El REINO EN MI TIERRA

puerto_rico

Cuando escuchamos la expresión “Reino de Dios” lo primero que pensamos es en la vida después de la muerte, bajo el perfecto y futuro gobierno del amoroso Creador, en donde no habrá tiempo si no para el ocio y la contemplación, libres de toda necesidad, obligación y sufrimiento. Tal vez llegue a ser así, o algo parecido. Pero lo cierto es que la palabbra:enseña que Dios desde un principio ha querido ejercer soberanía sobre un pueblo propio.
Inicialmente él escogió la nación de Israel para dicho propósito: “ Ahora, pues, si dieres oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda  la Tierra,y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Ex. 19.5-6). El Israel terrenal tenía, pues, el exclusivo privilegio de ser el pueblo de Dios, apartado de la corrupción y paganismo de las demás naciones del mundo. Pero con el tiempo demostró no ser digno de tan grande dignidad. Por muchos años este pueblo vivió bajo la soberanía del Eterno, y en consecuencia conservó su unidad nacional e independencia como Estado. Sin embargo el alejarse de Dios les acarreó una gran división de su reino, además de ser sometidos vez tras vez a potencias paganas extranjeras. Desde el exilio clamaron a Dios por liberación, y éste prometió a través de sus profetas, enviarles un rey libertador que les devolviera la independencia nacional con su plena libertad de culto al Dios verdadero.
Estos “convidados a la gran cena” (Lc. 14. 15-24) rechazaron a su prometido Salvador (Jn. 1.11-13). Ellos esperaban a un gran líder político-militar (Jn 6.14-15); pero en vez de ello se encontraron al humilde hijo de un carpintero criado en un pueblo de mala reputación (Lc. 4.16; Jn. 1.46), hablando de amar a los enemigos (Mt 5.43-48), y diciendo que su reino no era de este mundo (Jn 18.36). No lo comprendieron ni lo aceptaron. Pero este desdeño por parte de muchos judíos también hacía parte del gran programa divino de redención; y el Ungido del Señor, con su martirio, se constituyó en cabeza legítima de este nuevo gobierno, ya no terrenal y geográfico, sino espiritual e ilimitado. Por eso Jesús dijo a los judíos: “ El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mt.21.33-43 y Ro 2.28-29).
Mas adelante el Mesías dijo a sus seguidores: “ No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc. 12.32).
Ante la incredulidad de quienes lo escuchaban, Jesús les declaró: “ si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12.28).
“ Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc 17.20-21). El apóstol Pablo comprendió, aceptó y compartió con alegría esta verdad: “... con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo”(CoI 1.12-13).Estaba feliz de participar en el Reino de Dios, y por ello trabajaba para su desarrollo. (Col.4.11) “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él.” (Lc 16.16)
Pueden participar de este reino todos aquellos que, no con la soberbia de la autosuficiencia, sino con la humildad característica de los niños (Lc 18.17), aceptan que solo a nuestro bendito Salvador pertenece “el reino, y el poder y la gloria” (Mt 6.13).
Pero participar en este Reino no significa beneficiarse de él egoístamente, sino convertirse de hecho y en verdad en parte de un mismo “Cuerpo”, en miembros de la santa nación de Dios: “ Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (I-P.2.9). Podríamos hablar, pues, según todo lo visto, de anhelar la integración nacional del Pueblo de Dios, bajo el sublime Gobierno de nuestro bendito Rey Salvador.