domingo, 15 de junio de 2014

SIGUE SIENDO PAPÁ PARA SIEMPRE.

                                                                        
Policia Con Cristo.
 
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.” (1 Juan 3:1). Este pasaje comienza con un mandato: “¡Mirad!” Juan quiere que observemos las manifestaciones del amor del Padre. Él ha introducido el tema del amor de Dios en el capítulo anterior (1 Juan 2:5, 15), mencionado brevemente aquí, y ampliamente explicado en el capítulo cuatro. El propósito de Juan es describir la clase de amor que el Padre da a Sus hijos, “¡cuál amor!” La palabra griega traducida como “cuál amor” se encuentra sólo seis veces en el Nuevo Testamento y siempre implica asombro y admiración.

Lo que es interesante notar aquí, es que Juan no dice, “El Padre nos ama.” Al hacerlo, él estaría describiendo una condición. En lugar de eso, él nos dice que el Padre ha “derramado” Su amor en nosotros, y esto, a su vez, representa una acción y el alcance del amor de Dios. También es interesante notar que Juan ha elegido la palabra “Padre” a propósito. La palabra implica la relación padre-hijo. Sin embargo, Dios no se convirtió en Padre cuando nos adoptó como Sus hijos. La paternidad de Dios es eterna. Él es eternamente el Padre de Jesucristo, y a través de Jesús Él es nuestro Padre. Es a través de Jesús que recibimos el amor del Padre y somos llamados “hijos de Dios.”

Qué honor es el que Dios nos llame Sus hijos, y nos dé la seguridad de que como Sus hijos somos herederos y coherederos con Cristo (Romanos 8:17). En su Evangelio, Juan también nos dice que Dios le da el derecho de convertirse en hijo de Dios a todo aquel que mediante la fe, ha recibido a Cristo como su Señor y Salvador (Juan 1:12). Dios extiende Su amor a Su Hijo Jesucristo, y a través de Él, a todos Sus hijos adoptados.

Entonces, cuando Juan nos dice que “eso es lo que somos”, él declara la realidad de nuestro estado. Ahora mismo, en este preciso momento, somos Sus hijos. En otras palabras, esta no es una promesa que Dios cumplirá en el futuro. No, la verdad es que ya somos hijos de Dios. Gozamos de todos los derechos y privilegios que conlleva nuestra adopción, porque hemos llegado a conocer a Dios como nuestro Padre. Como Sus hijos, experimentamos Su amor. Como Sus hijos, lo conocemos a Él como nuestro Padre, porque experimentamos un conocimiento de Dios. Ponemos nuestra fe y confianza en Aquel que nos ama, nos provee, y nos protege como nuestros padres terrenales lo harían. También como los padres terrenales lo harían, Dios disciplina a Sus hijos cuando desobedecen o ignoran Sus mandamientos. Él lo hace para nuestro beneficio, “para que participemos de Su santidad.” (Hebreos 12:10).

Hay muchas formas en que las Escrituras describen a aquellos que aman a Dios y le obedecen. Somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo.” (Romanos 8:17); somos “sacerdocio santo” (1 Pedro 2:5); somos “nuevas criaturas” (2 Corintios 5:17); y somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Pero más que todo lo anterior – más significativo que cualquier título o posición – es el simple hecho de que somos hijos de Dios y Él es nuestro Padre celestial.

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