1 Dios mío, tú eres el juez de la tierra; ¡hazte presente, entra en acción, y castiga a los culpables! ¡Dales su merecido a los orgullosos!
3 Dios mío, ¡basta ya de malvados, basta ya de sus burlas!
4 Todos ellos son malhechores; ¡son unos habladores y orgullosos! ¡Se creen la gran cosa!
5 Aplastan y afligen a tu pueblo elegido:
6 matan a las viudas, asesinan a los huérfanos, masacran a los refugiados,
7 y aun se atreven a decir: «El Dios de Israel no se da cuenta de nada».
8 Gente torpe, quiero que entiendan esto; ¿cuándo van a comprenderlo?
9 Si Dios nos dio la vista y el oído, ¡de seguro él puede ver y oír!
10 ¡Cómo no va a castigar el que corrige a las naciones! ¡Como no va a saber el que nos instruye a todos!
11 ¡Bien sabe nuestro Dios las tonterías que se nos ocurren!
12 Mi Dios, tú bendices a los que corriges, a los que instruyes en tu ley,
13 para que enfrenten tranquilos los tiempos difíciles; en cambio, a los malvados se les echará en la tumba.
14 Tú, mi Dios, jamás abandonarás a tu pueblo.
15 Los jueces volverán a ser justos, y la gente honrada los imitará.
16 Cuando los malvados me atacaron, nadie se levantó a defenderme; ¡nadie se puso de mi parte y en contra de los malhechores!
17 Si tú no me hubieras ayudado, muy pronto habría perdido la vida;
18 pero te llamé al sentir que me caía, y tú, con mucho amor, me sostuviste.
19 En medio de mis angustias y grandes preocupaciones, tú me diste consuelo y alegría.
20 Tú no puedes ser amigo de gobernantes corruptos, que violan la ley y hacen planes malvados.
21 Esa clase de gobernantes siempre está haciendo planes contra la gente honrada, y dicta sentencia de muerte contra la gente inocente.
22 Esa gente es tan malvada que acabarás por destruirla. Pero tú, mi Dios, eres mi más alto escondite; ¡eres como una roca en la que encuentro refugio!
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