Un Sacrificio
Redentor
En ninguna otra parte del Antiguo Testamento, como en este capítulo, se profetiza tan clara y plenamente que Cristo debía sufrir y luego entrar a su gloria. Pero a esta fecha pocos disciernen o reconocen el poder del creador que va fluyendo con la palabra. Se desecha el informe más importante y auténtico de la salvación a través del Hijo de Dios por los pecadores violadores de su palabra que no tuvieron encuenta su amor. La condición vil a que se sometió y su manifestación al mundo no concuerdan con las ideas del Mesías que los judíos se habían formado. Se esperaba que viniera con poder; en cambio creció como una árbol , silencioso e inadvertidamente. Él nada tenía de la gloria que uno hubiera pensado hallar en Él. Toda su vida fue no sólo humilde en estado externo; también fue penosa. Hecho pecado por nosotros, vivió la sentencia a la cual nos expuso el pecado. Los corazones carnales nada ven en el Señor Jesús como para interesarse en Él. ¡Sí, por cuántos de su pueblo sigue siendo despreciado y rechazado relacionado a sus enseñanzas y su autoridad!
En estos versículos hay un relato de los sufrimientos de Cristo; también del propósito de sus sufrimientos. Fue por nuestros pecados y en nuestro lugar que nuestro Señor Jesús sufrió. Todos hemos pecado y caído de la gloria de Dios. Los pecadores tienen su pecado favorito, su propio mal camino que aprecian. Nuestros pecados merecen todas los castigos y dolores, hasta los más severos. Somos salvados de la ruina a la cual nos obligamos por el pecado, cuando echamos sobre Cristo nuestros pecados. Esta expiación iba a ser hecha por nuestros pecados. Este es el único camino de salvación. Nuestros pecados fueron las espinas en la cabeza de Cristo, los clavos en sus manos y pies, la lanza en su costado. Fue entregado a la muerte por nuestras ofensas. Por sus sufrimientos adquirió para nosotros el Espíritu y la gracia de Dios para mortificar nuestras corrupciones, que son las insanías fractales de nuestra alma. Bien podemos soportar nuestros sufrimientos más leves, porque Él nos ha enseñado a estimar todas las cosas como pérdida por amor a Él y a amar al que nos amó primero.
¡Ven y ve cómo Cristo nos amó!
Nosotros no lo pusimos en nuestro lugar; Él se puso a sí mismo. Así quitó el pecado del mundo al llevarlo sobre sí. Se sometió a la muerte, que para nosotros es la paga del pecado. Fijaos en las gracias y las glorias de su estado de exaltación. Cristo no encarga el cuidado de su familia a ningún otro. Los propósitos de Dios tendrán efecto. Prosperará lo que se emprenda conforme al beneplácito de Dios. Él se ocupará de cumplirlo en la conversión y salvación de los pecadores. Hay muchos a quienes Cristo justifica; muchos por quienes dio su vida como rescate. Por fe somos justificados; así, Dios es más glorificado, la libre gracia se promueve, el yo es abatido y nuestra felicidad asegurada. Debemos conocerle y creer en quien llevó nuestros pecados y nos salvó de hundirnos bajo la carga llevándola sobre sí. El pecado y Satanás, la muerte y el infierno, el mundo y la carne, son los enemigos poderosos que Él venció. Lo que Dios preparó para el Redentor, ciertamente Él lo poseerá. Cuando cautivó a la cautividad, recibió dones para los hombres, para que pudiera dar dones a los hombres. Mientras repasamos los sufrimientos del Hijo de Dios, recordemos nuestro largo catálogo de transgresiones y considerémosle sufriendo bajo el peso de nuestra culpa. Aquí se echa un fundamento firme sobre el cual haga descansar su alma el pecador tembloroso. Nosotros somos la adquisición de su sangre, y los monumentos de su gracia; por esto Él continuamente intercede y prevalece destruyendo las obras de maldad.
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